Al principio...


Vivimos, o así me parece, una época un tanto convulsa y necesitamos o mejor: necesito obligarme al ejercicio gimnástico, y no precisamente al estético sino al ético. Necesito hacer ejercicio de prudencia, de templaza, de fortaleza, de responsabilidad, de rigor, de entereza, aunque también de arrojo, de esfuerzo, de audancia, de ardor y de quién sabe cuantos otros "músculos" que pueda tener atrofiados. Este espacio, esta "quinta columna" tiene vocación de "banco gimnástico" y por más barbaridades que escupa o vomite, tibiezas por los que me deje llevar o lisonjas merecidas o inmerecidas regale, será mi cuerpo, será mi alma la que habrá de sufrir o gozar. ¿Religión, filosofía, salud mental? Que cada cual coja su "banco" o su cruz y participe con ilusión de la olimpiada de la vida.



jueves, 23 de febrero de 2012

A mi superhéroe favorito

Me vas a permitir, de entrada, una aparente frivolidad, pero es que si no la suelto reviento, aunque te aseguro que este mi dislate contiene todo el candor de mis años mozos y no tan mozos, porque nunca perdí al niño que fui. De todos es sabido que hasta bien llegada mi edad adulta fui un amante de la ciencia ficción y de los cómic de superhéroes. Entre mis favoritos se encontraba “la Patrulla X” hoy más conocida por “X men”. El jefe, el profesor era el Doctor Xavier, un, en apariencia, sencillo hombre condenado a una silla de ruedas. El Doctor Xavier no poseía los poderes de sus discípulos, jóvenes con capacidades extraordinarias, que volaban, gozaban de fuerza hercúlea, lanzaban rayos con la mirada o lograban mil y una proeza. A la postre, tan poderosos hombres y mujeres, en apariencia sobrados de si mismos, vivían sometidos a las múltiples contradicciones de su ser humano y mutante. Solo el Doctor Xavier, el profesor Xavier era capaz de darles sentido a sus vidas, a sus increíbles poderes, capaz de transmitirles fortaleza en su horas bajas, sosiego en su desesperación, cordura en su insensatez, humildad ante su soberbia. Su presencia parecía distante, su anclado destino en la silla de ruedas no le permitía estar presente en las mil y una aventura diaria de sus jóvenes héroes, aunque siempre, cuando la última de las batallas parecía que había que darlas por perdidas, misteriosamente su voz resonaba en la mente o en el corazón de alguno de sus pupilos que terminaban por vencer, una vez más, al maligno Magneto. Hay personas a las que vemos o no las vemos físicamente, nos rozamos con ellas a diario o su presencia es fugaz, de tarde en tarde, pero en cualquiera de las casos las intuimos, las sentimos, las amamos, ¿Cómo? Por aquello de que no se molesten los más ortodoxos, diríamos de ellas son seudo-ángeles. No son espíritus, son carne mortal que viven entre nosotros. Tienen -a mi juicio- una mayor y notable influencia. Son santos aunque no lo certifique un papel ni falta que nos importa, porque son nuestros santos. Son esos seres imprescindibles, pero con la imprescindibilidad de todo aquello que en apariencia no lo es, pero que si no tuviéramos la certeza de que están ahí, nuestra vida sería pobre, miserable, despojada del conocimiento de lo que significa ternura, bondad, generosidad, amor.

 «Yahvéh es Salvación». El significado de Jesús -salvo por el propio Jesucristo- no conozco a otro hombre que mejor encarne esta definición que Jesús Marchal Escalona. Su presencia, aún en medio de las aparentes contradicciones de su condición humana es un discurso sin palabras, es susurro, o voz en grito de que Yahvéh es Salvación. Es testimonio de esperanza, es fe inabarcable, es caridad en estado puro. No me queda por menos que recurrir al poeta, cuando faltan las palabras “Si yo te dijera estas cosas, amigo, ¿que fuego pondría en mi boca, que hierro candente, que olores, colores, sabores, contactos, sonidos? Y ¿cómo saber que me entiendes?” Tú si que me entiendes, aunque tu bendita humildad se niegue a aceptarlo, aunque tu real ingenuidad no conciba que, fuera, en las calles, las gentes se dejen llevar por míseros afanes. Sí, Jesús Marchal, eres un libro sobre el que leer, eres horizonte de infinito belleza sobre el que Dios ha querido derrochar sus colores de amanecer y de atardecer al mismo tiempo. De nuevo recurro a la Rapsodia, no por menos te veo recitando para todos nosotros que nos devanamos los sesos en cosas pueriles, estrofas como: “Me preguntas amigo, y no sé que respuesta he de darte. Siento arder una loca alegría en la luz que me envuelve. Yo quisiera que tú la sintiera también inundándote el alma, yo quisiera que a tí, en lo más hondo, también te quemase y te hiriese, criatura que llega por fin a vencer la tristeza y la muerte. Si ahora yo te dijese que había que andar por ciudades perdidas y llorar en sus calles oscuras sintiéndote débil y cantar bajo un árbol de estío tus sueños oscuros, y sentirse hecho de aire y de nubes y de hierba muy verde.... “ Sí, Jesús, si alguna vez alguien ha tenido todo el derecho y el debe de escenificar “la Luz” de la Rapsodia, ese eres tú. 
 Rafa Latorre

jueves, 9 de febrero de 2012

De retos y poderes (judiciales entre otros)




No hace muchos años, la consideración que teníamos para con los profesionales de la medicina era distante. Los veíamos como aquellos brujos de la tribu que dispensaban remedios entre una retahíla de palabras ininteligibles y a los que profesábamos temor y reverencia, dado que, nuestra vida estaba en sus manos. Hoy, buena parte de esos profesionales realizan su trabajo, con dignidad, humildad, proximidad y respeto para con el paciente. Aquella casta intocable de los que se decían eran capaces de sustraer la dignidad de cualquiera con una simple orden: desnúdese, ha pasado a la historia y su imagen, entre el común de los mortales, ha mejorado sustancialmente; aunque siempre habrá una minoría “nostálgica” en ejercicio.

Hoy, nos seguimos enfrentando a otras castas. En concreto a la también temida y rimbombantemente llamada del poder judicial. Por cierto que si Montesquieu levantara la cabeza diría aquello de “no es eso, no es eso..” Parapetados en el pedestal del “Poder”; amparados en la angustia, la zozobra y la ignorancia de aquellos que de forman voluntaria u obligada reciben sus servicios; excusados siempre por una real o virtual carga de trabajo, ejercen sin temor a sobresalto, sin mayor celo que el que les impone su carrera profesional, sin apremio alguno ante alguien que pueda cuestionar sus sentencias, como si fueran dioses del Olimpo distraídos con la azarosa vida de los mortales. No digo esto por aquellos procesos y sentencias con sabor mediático, lo digo por aquellas tantas anónimas de respuestas deficientes, de mala gana, de sentencias de “corta y pega” que han dejado a personas, familias, empresas, corporaciones, entidades de todo tipo, privadas del derecho a la justicia, noqueadas y escépticas. A cualquier abogado que te dirijas te dirá que un juicio es una lotería. ¿Puede ser realmente así?

No todos los profesionales de la judicatura son de la misma consideración. Una imperceptible revolución, un número aún insuficiente se reconoce como servidores públicos, trabajadores que –al igual que los médicos- saben de las consecuencia de sus diagnósticos, de sus operaciones a tumba abierta, de sus prescripciones.

Son muchos los retos que como sociedad tenemos, pero en cuanto a la Justicia se refiere, dos se hacen urgentes: Uno, al igual que la medicina, la aplicación de la justicia tiene que contener un máximo de certezas, no puede ser una lotería tal como dicen los propios abogados. Dos, las castas y los hechiceros pertenecen a épocas oscuras y del pasado, por consiguiente hay que erradicar cualquier profesión que pretenda erigirse en personajes despóticos y anacrónicos.