Ejercen un poder magnético sobre mí, son esos pequeños mensajes inscritos sobre modestas cuartilla adheridas con “fixo” a un simple muro, presencias incomodas de breve lectura, sin maquillaje alguno, directos, concisos, precisos, con pocos adjetivos, sólo lo substancial o lo sustantivo. Son pequeños gritos de voces apagadas, urgencias o preurgencias que buscan conexiones entre iguales, que hacen el difícil oficio de conjugar dignidad y necesidad. Instalados como el imperceptible sedal, el anzuelo del humilde pescador que no altera ni atenta contra el remanso de la charca, que confiando y paciente espera y espera.
Algunos son una secuencia, casi una película descriptiva, un drama sin música ni palabras entrelazadas de admirables cadencias poéticas. A las “ofertas” le secunda “liquidación”, a la liquidación “se traspasa” y al traspasa “se vende” “precios muy económico”. A los habituales carteles de pequeños negocios venidos a la ruina, se sumaron las de los chicos y chicas, los estudiantes que tenían que compartir piso para poder asumir un alojamiento. Hoy, otros dos se suman a mi colección particular de voces sin voz. “Se vende canario amarillo y verde”, alguien que con mucha dulzura y amor crío a frágiles criaturas que le alegraron los días, no le queda más remedio que desprenderse de su única e imprescindible compañía; la depresión lo ha llevado al desafecto. Finalmente otro cartelito arrebata mi atención y me sume en una profunda tristeza, dice así: “Agradecería comida para mis hijos”, sólo le acompaña un anónimo número de teléfono móvil.