Al principio...


Vivimos, o así me parece, una época un tanto convulsa y necesitamos o mejor: necesito obligarme al ejercicio gimnástico, y no precisamente al estético sino al ético. Necesito hacer ejercicio de prudencia, de templaza, de fortaleza, de responsabilidad, de rigor, de entereza, aunque también de arrojo, de esfuerzo, de audancia, de ardor y de quién sabe cuantos otros "músculos" que pueda tener atrofiados. Este espacio, esta "quinta columna" tiene vocación de "banco gimnástico" y por más barbaridades que escupa o vomite, tibiezas por los que me deje llevar o lisonjas merecidas o inmerecidas regale, será mi cuerpo, será mi alma la que habrá de sufrir o gozar. ¿Religión, filosofía, salud mental? Que cada cual coja su "banco" o su cruz y participe con ilusión de la olimpiada de la vida.



lunes, 29 de octubre de 2012

El chapapote de la pobreza.


La pobreza ha dejado de afectar a una minoría, se ha extendido y en estos momentos se encuentra al alcance de todos. Se extiende como una gran mancha de chapapote que lleva sufrimiento, desolación y muerte para el presente y aspira perpetuarse en el futuro. Hace pocos días se recordaba el infeliz aniversario del desastre del Prestige. La mancha de la pobreza se extiende sin contención, sin freno; tiene vida propia, incluso da la impresión que es alimentada para que siga extendiéndose. Frenar esta enorme catástrofe supone una enorme cantidad de esfuerzos, recursos, energía, y por lo que se ve, no forma parte de las prioridades de nuestros gobiernos algo tan preciado como la vida –sí, la vida- de los atrapados en la mancha de la miseria. Curiosamente, tras este imponente naufragio, la “naviera”, la patronal del gobierno europeo, sólo está interesada en “salvar” a los más aptos. Así, legiones de nuestros jóvenes son obligados a emigrar para malvivir, mientras a los mayores nos amplían la edad de jubilación y a los desheredados se dejan a su suerte. Toda una maquiavélica estrategia para no hacer nada, para que la “mancha” desaparezca sola. Ni un ápice de esfuerzo,  ni una modesta inversión para salvar, poner en valor el territorio, las personas, los recursos ingentes o modestos, ahogados por el chapapote de la miserable ambición de los grandes de las finanzas.  Es necesario establecer límites, si se quiere evitar que esa gran marea negra que es la desigualdad, la pobreza y la exclusión perduren durante las próximas décadas.

fotografía de ©2012 Samuel Aranda/The New York Times