Al principio...


Vivimos, o así me parece, una época un tanto convulsa y necesitamos o mejor: necesito obligarme al ejercicio gimnástico, y no precisamente al estético sino al ético. Necesito hacer ejercicio de prudencia, de templaza, de fortaleza, de responsabilidad, de rigor, de entereza, aunque también de arrojo, de esfuerzo, de audancia, de ardor y de quién sabe cuantos otros "músculos" que pueda tener atrofiados. Este espacio, esta "quinta columna" tiene vocación de "banco gimnástico" y por más barbaridades que escupa o vomite, tibiezas por los que me deje llevar o lisonjas merecidas o inmerecidas regale, será mi cuerpo, será mi alma la que habrá de sufrir o gozar. ¿Religión, filosofía, salud mental? Que cada cual coja su "banco" o su cruz y participe con ilusión de la olimpiada de la vida.



domingo, 6 de marzo de 2011

EL RUIDO


En un reciente viaje a la ciudad de Gdansk (Polonia), entre algunas de las cosas que me han sorprendido, ha sido su casi inaudible sonoridad salvo el crujir de la nieve al pisarla. Las ciudades españolas, todas tienen sus sonidos que las distingue y/o caracterizan. No solo es cosa de decibelios del ruido de los vehículos o del conjunto de actividades que propician cientos de sonidos (por ejemplo un carro de caballos o la sirena de un puerto), es la propia presencia humana y su continuo “bulle bulle”; todo ese conjunto que imprime carácter y distingue a una ciudad de otra.


En cualquiera de los casos, esta experiencia me ha permitido reflexionar sobre ese otro tipo de ruido casino que nos acompaña sin piedad alguna a lo largo de la jornada y del que parece estamos condenados a percibir –que no a escuchar- de forma permanente. Me refiero a la retahíla de vaciedades, promesas vanas, recriminaciones mutuas, “jijis y jajas” varios, incongruencias, insultos a la inteligencia y todo un listado inmerecido de ruidos cuyo único cometido es soliviantar o adormecer a nuestros sufridos sentidos y reducirnos a meros comparsas o tristes espectadores de una farsa que sólo engorda al comediante. Acostumbrados como estamos a tan cotidiano ruido, lo hemos encajado como algo natural, sólo cuando tomas distancia te das cuenta de la contaminación a la que estamos expuestos. Y la contaminación no es nada bueno, corroe de manera imperceptible nuestras vidas, las somete sin darnos cuenta, nos hace dependientes. Seguro, nos hace falta cierta dosis de silencio balsámico y hacer oídos sordos a tanta manipulación-contaminación.





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1 comentario:

  1. Va muchas veces con el lugar, la cultura, yo también soy de silencios, pero poco podemos hacer, decirlo y casi ya está.

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