No hace falta nada más que una pequeña cerilla para que un pavoroso incendio arrase miles y miles de hectáreas. No hace falta nada más que un casi imperceptible acontecimiento para que la indignación, la ira o expresiones mas radicales de vandalismo se extienda de forma inesperada en cualquiera de nuestras ciudades europeas o de otros continentes. Tras el –a veces- dramático o luctuoso acontecimiento hay de los que se quedan analizando o recriminando a las víctimas o a los protagonistas de los sucesos. Así todo una suerte de descalificativos (posiblemente con razón) se desparraman cual vómito intentando contraponer a la ira con más ira. Los últimos sucesos del Reino Unido, bien pueden pasar en cualquier parte, incluidas alguna ciudad de nuestro suelo patrio. Sólo hace falta un detonante, a veces casual, para que la violencia se apodere de barrios aparentemente tranquilos aunque con reconocida tensión. A lo que voy, no pretendo justificar ni disculpar actos vandálicos ni a los que ejercen de vándalos; ahora bien, en un incendio, sin duda alguna la cerilla tiene su intervención, pero la rápida propagación y la causa del desastre la origina la ausencia de las medidas preventivas necesarias (limpieza del bosque, cortafuegos, etc). Sería una solemne majadería echarle la culpa a los árboles porque están muy secos o a los pastos que crecen desordenadamente a su alrededor. Por eso cuando veo al primer ministro ingles o a cualquier otro español criminalizar a los que sufren la sequía y el abandono, se me recuecen las entrañas.
Publicado en Diario Jaén 12/08/2011
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