No hace muchos años, la consideración
que teníamos para con los profesionales de la medicina era distante.
Los veíamos como aquellos brujos de la tribu que dispensaban
remedios entre una retahíla de palabras ininteligibles y a los que
profesábamos temor y reverencia, dado que, nuestra vida estaba en
sus manos. Hoy, buena parte de esos profesionales realizan su
trabajo, con dignidad, humildad, proximidad y respeto para con el
paciente. Aquella casta intocable de los que se decían eran capaces
de sustraer la dignidad de cualquiera con una simple orden:
desnúdese, ha pasado a la historia y su imagen, entre el común de
los mortales, ha mejorado sustancialmente; aunque siempre habrá una
minoría “nostálgica” en ejercicio.
Hoy, nos seguimos enfrentando a otras
castas. En concreto a la también temida y rimbombantemente llamada
del poder judicial. Por cierto que si Montesquieu levantara la cabeza
diría aquello de “no es eso, no es eso..” Parapetados en el
pedestal del “Poder”; amparados en la angustia, la zozobra y la
ignorancia de aquellos que de forman voluntaria u obligada reciben
sus servicios; excusados siempre por una real o virtual carga de
trabajo, ejercen sin temor a sobresalto, sin mayor celo que el que
les impone su carrera profesional, sin apremio alguno ante alguien
que pueda cuestionar sus sentencias, como si fueran dioses del
Olimpo distraídos con la azarosa vida de los mortales. No digo esto
por aquellos procesos y sentencias con sabor mediático, lo digo por
aquellas tantas anónimas de respuestas deficientes, de mala gana, de
sentencias de “corta y pega” que han dejado a personas, familias,
empresas, corporaciones, entidades de todo tipo, privadas del derecho
a la justicia, noqueadas y escépticas. A cualquier abogado que te
dirijas te dirá que un juicio es una lotería. ¿Puede ser realmente
así?
No todos los profesionales de la
judicatura son de la misma consideración. Una imperceptible
revolución, un número aún insuficiente se reconoce como servidores
públicos, trabajadores que –al igual que los médicos- saben de
las consecuencia de sus diagnósticos, de sus operaciones a tumba
abierta, de sus prescripciones.
Son muchos los retos que como sociedad
tenemos, pero en cuanto a la Justicia se refiere, dos se hacen
urgentes: Uno, al igual que la medicina, la aplicación de la
justicia tiene que contener un máximo de certezas, no puede ser una
lotería tal como dicen los propios abogados. Dos, las castas y los
hechiceros pertenecen a épocas oscuras y del pasado, por
consiguiente hay que erradicar cualquier profesión que pretenda
erigirse en personajes despóticos y anacrónicos.
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