Al principio...


Vivimos, o así me parece, una época un tanto convulsa y necesitamos o mejor: necesito obligarme al ejercicio gimnástico, y no precisamente al estético sino al ético. Necesito hacer ejercicio de prudencia, de templaza, de fortaleza, de responsabilidad, de rigor, de entereza, aunque también de arrojo, de esfuerzo, de audancia, de ardor y de quién sabe cuantos otros "músculos" que pueda tener atrofiados. Este espacio, esta "quinta columna" tiene vocación de "banco gimnástico" y por más barbaridades que escupa o vomite, tibiezas por los que me deje llevar o lisonjas merecidas o inmerecidas regale, será mi cuerpo, será mi alma la que habrá de sufrir o gozar. ¿Religión, filosofía, salud mental? Que cada cual coja su "banco" o su cruz y participe con ilusión de la olimpiada de la vida.



lunes, 19 de marzo de 2012

Paseando por mi barrio

Bañados por la  placidez del sol del invierno, dos ancianos descansan en un banco de la plaza Rafael Ortega Sagrista. Uno le dice al otro: sabes que Manuel se ha muerto, ¡”cuidiao”, no que se ha ido sin despedirse!. La perplejidad y la curiosidad me hizo aminorar el paso, pero el pasmo fue aún mayor cuando escuche por toda respuesta un simple “ea”. Y prosiguieron en silencio mirando al horizonte. ¿Sarcasmo, cinismo, resignación o exigencia de educación o compostura aunque de la muerte se trate?.

 Mientras eso ocurre, a cierta distancia se oye el sonido de un televisor, gente aparentemente enloquecida discuten sobre personajillos que no tengo el gusto de conocer. Su verborrea y vaciedad compiten con sus propias pantomimas. No hago por menos que apreciar el contraste, me quedo con mis ancianos y la sabiduría de sus silencios.

Prosigo mi recorrido y entro en la carnicería de la calle Josefa Segovia. Un hombre de unos treinta y tantos seguido de un joven de color me preceden en el turno. El hombre pide un pollo para el joven y le pregunta con naturalidad ¿te lo trocean? Son dos kilos ¿Será suficiente?. El joven asiente, paga el mayor y marchan. Son vecinos del barrio. El hombre es uno más de esos seres anónimos con sentimientos íntegros, el joven uno más del grupo que habita en un minúsculo piso e intentan ganarse la vida decentemente o que alguien les dispense una primera oportunidad.

De nuevo la estridencia llena mi la apacible calle, un vehículo con un potente aparato de megafonía inunda el aire de promesas vacuas y musiquilla cansilla.

A poca distancia, en la plaza de San Felix de Cantalicio, los niños corretean, brincan, juguean ante la atenta pero melancólica mirada de sus padres. Un suspiro de la madre parece contener todas las preguntas sobre el futuro, y una afable sonrisa del padre todas las respuestas que pueden transmitir sosiego y esperanza.

Las hojas de un periódico atrasado se arrastran empujadas por una suave brisa entre los sedientos jardines: mercados, déficit, crisis, Europa, paro, corrupción, estafa, se acierta a leer en titulares. Aparentan ser noticias de otro mundo, o por el contrario, como si nosotros fueramos de otro mundo. Y es cierto, el despropósito, la avaricia y la inmoralidad campa a sus anchas entre los poderes y las clases dirigentes mientras, en la calle, muchos hombres y mujeres escribe la verdadera historia de la humanidad y cultivan brotes verdes de esperanza.   


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