
"Vengo de abajo, cansado de tanta cuesta. Vengo, no sé a dónde voy, huyendo de ella. La Miseria. Tiene en su casa las uñas de la soberbia, viven en un mundo cerrado del que se alimenta” Así cantaba Carlos Cano y ayer tarde, a la vuelta del ferial, se instaló de forma tozuda en mi cerebro un tanto aturdido y desinhibido por la cerveza y el vino, algunas de las canciones que de forma insistente, una y otra vez oía hace treinta años en la mili. No, no es que fuera un superfans de Carlos sino que solo tenía dos cassetes, una de Carlos Cano y la otra de Víctor Jara que reproducía reiteradamente sólo para ver la cara de mosqueo del teniente y el sargento que me mandaban. Y mire usted por donde la tonada resucita; en ese momento, precisamente en ese momento, cuando el vomito se me adueña, cuando aún los ecos de los infinitos ruidos y los labios sin palabras, o las palabras sin sustancia zuban y silban en mis oídos, ahora cuando mi equilibrio se pone a prueba, la cabeza me parece estallar, ahora... Casualmente, en medio del desfallecimiento, me parece ver a Salustiano, un hombre bueno, enfermo, con mujer y tres hijos. Se hace el huidizo, me ha parecido que estaba pidiendo. Su mujer trabajaba en una empresa de inserción, hasta que un cliente moroso la hizo quebrar y se vio en la calle. Hace más de treinta años, en la mili, sólo tenía dos casettes ... y en uno la canción de Salustiano que decía así: “Yo no creo que el sombrero les toque en la tómbola a esos gachós trajeados que viven de na, que lo roban, lo roban, con cuatro palabritas finas lo roban”
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