Al principio...


Vivimos, o así me parece, una época un tanto convulsa y necesitamos o mejor: necesito obligarme al ejercicio gimnástico, y no precisamente al estético sino al ético. Necesito hacer ejercicio de prudencia, de templaza, de fortaleza, de responsabilidad, de rigor, de entereza, aunque también de arrojo, de esfuerzo, de audancia, de ardor y de quién sabe cuantos otros "músculos" que pueda tener atrofiados. Este espacio, esta "quinta columna" tiene vocación de "banco gimnástico" y por más barbaridades que escupa o vomite, tibiezas por los que me deje llevar o lisonjas merecidas o inmerecidas regale, será mi cuerpo, será mi alma la que habrá de sufrir o gozar. ¿Religión, filosofía, salud mental? Que cada cual coja su "banco" o su cruz y participe con ilusión de la olimpiada de la vida.



viernes, 15 de octubre de 2010

El Salustiano, acto primero





"Vengo de abajo, cansado de tanta cuesta. Vengo, no sé a dónde voy, huyendo de ella. La Miseria. Tiene en su casa las uñas de la soberbia, viven en un mundo cerrado del que se alimenta” Así cantaba Carlos Cano y ayer tarde, a la vuelta del ferial, se instaló de forma tozuda en mi cerebro un tanto aturdido y desinhibido por la cerveza y el vino, algunas de las canciones que de forma insistente, una y otra vez oía hace treinta años en la mili. No, no es que fuera un superfans de Carlos sino que solo tenía dos cassetes, una de Carlos Cano y la otra de Víctor Jara que reproducía reiteradamente sólo para ver la cara de mosqueo del teniente y el sargento que me mandaban. Y mire usted por donde la tonada resucita; en ese momento, precisamente en ese momento, cuando el vomito se me adueña, cuando aún los ecos de los infinitos ruidos y los labios sin palabras, o las palabras sin sustancia zuban y silban en mis oídos, ahora cuando mi equilibrio se pone a prueba, la cabeza me parece estallar, ahora... Casualmente, en medio del desfallecimiento, me parece ver a Salustiano, un hombre bueno, enfermo, con mujer y tres hijos. Se hace el huidizo, me ha parecido que estaba pidiendo. Su mujer trabajaba en una empresa de inserción, hasta que un cliente moroso la hizo quebrar y se vio en la calle. Hace más de treinta años, en la mili, sólo tenía dos casettes ... y en uno la canción de Salustiano que decía así: “Yo no creo que el sombrero les toque en la tómbola a esos gachós trajeados que viven de na, que lo roban, lo roban, con cuatro palabritas finas lo roban”

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