Al principio...


Vivimos, o así me parece, una época un tanto convulsa y necesitamos o mejor: necesito obligarme al ejercicio gimnástico, y no precisamente al estético sino al ético. Necesito hacer ejercicio de prudencia, de templaza, de fortaleza, de responsabilidad, de rigor, de entereza, aunque también de arrojo, de esfuerzo, de audancia, de ardor y de quién sabe cuantos otros "músculos" que pueda tener atrofiados. Este espacio, esta "quinta columna" tiene vocación de "banco gimnástico" y por más barbaridades que escupa o vomite, tibiezas por los que me deje llevar o lisonjas merecidas o inmerecidas regale, será mi cuerpo, será mi alma la que habrá de sufrir o gozar. ¿Religión, filosofía, salud mental? Que cada cual coja su "banco" o su cruz y participe con ilusión de la olimpiada de la vida.



sábado, 6 de noviembre de 2010

A mi superhéroe favorito.




Me vas a permitir, de entrada, una aparente frivolidad, pero es que si no la suelto reviento, aunque te aseguro que este mi dislate contiene todo el candor de mis años mozos y no tan mozos, porque nunca perdí a parte del niño que fui. De todos es sabido que hasta bien llegada mi edad adulta fui un amante de la ciencia ficción y de los cómic de superhéroes. Entre mis favoritos se encontraba “la Patrulla X” hoy más conocida por “X men”. El jefe, el profesor era el Doctor Xavier, un, en apariencia, simple hombre condenado a una silla de ruedas. El Doctor Xavier no poseía los poderes de sus discípulos, jóvenes con capacidades extraordinarias, que volaban, gozaban de fuerza hercúlea, lanzaban rayos con la mirada o lograban mil y una proeza. A la postre, tan poderosos hombres y mujeres, en apariencia sobrados de ellos mismos, vivían sometidos a las múltiples contradicciones de su ser humano y mutante. Solo el Doctor Xavier, el profesor Xavier era capaz de darles sentido a su vida, a sus increíbles poderes, de transmitirles fortaleza en su horas bajas, sosiego en su desesperación, cordura en su insensatez, humildad ante su soberbia. Su presencia parecía distante, su anclado destino en la silla de ruedas no le permitía estar presente en las mil y una aventura diaria de sus jóvenes héroes, aunque siempre, cuando la última de las batallas parecía que había que darla por perdida, misteriosamente su voz resonaba en la mente o en el corazón de alguno de sus pupilos que terminaban por vencer, una vez más, al maligno Magneto.


Hay personas a las que vemos o no las vemos físicamente, nos rozamos con ellas a diario o su presencia es fugaz o de tarde en tarde, pero en cualquiera de las casos las intuimos, las sentimos, las amamos, ¿Cómo? Por aquello de que no se molesten los más ortodoxos, diríamos de ellas son seudo-ángeles. No son espíritus son carne mortal que viven entre nosotros. Tienen -a mi juicio- una mayor y notable influencia. Son santos aunque no lo certifique un papel ni falta que nos importa, porque son nuestros santos. Son esos seres imprescindibles, pero con la imprescindibilidad de todo aquello que en apariencia no lo es, pero que si no tuviéramos la certeza de que está ahí, nuestra vida sería pobre, miserable, despojada del conocimiento de lo que significa ternura, bondad, generosidad, amor.


«Yahvéh es Salvación». El significado de Jesús, salvo por el propio Jesucristo, no conozco a otro hombre que mejor encarne esta definición que Jesús Marchal Escalona. Su presencia, aún en medio de las aparentes contradicciones de su condición humana es un discurso sin palabras, es susurro, o voz en grito de que Yahvéh es Salvación. Es testimonio de esperanza, es fe inabarcable, es caridad en estado puro. No me queda por menos que recurrir al poeta, cuando faltan las palabras “Si yo te dijera estas cosas, amigo, ¿que fuego pondría en mi boca, que hierro candente, que olores, colores, sabores, contactos, sonidos? Y ¿cómo saber que me entiendes?”


Tú si que me entiendes, aunque tu bendita humildad se niegue a aceptarlo, aunque tu real ingenuidad no conciba que, fuera, en las calles, las gentes se dejen llevar por míseros afanes. Sí, Jesús, eres un libro sobre el que leer, eres horizonte de infinito belleza sobre el que Dios ha querido derrochar sus colores de amanecer y de atardecer al mismo tiempo.


De nuevo recurro a la Rapsodia, no por menos te veo recitando para todos nosotros que nos devanamos los sesos en cosas pueriles, estrofas como: “Me preguntas amigo, y no sé que respuesta he de darte. Siento arder una loca alegría en la luz que me envuelve. Yo quisiera que tú la sintiera también inundándote el alma, yo quisiera que a tí, en lo más hondo, también te quemase y te hiriese, criatura que llega por fin a vencer la tristeza y la muerte. Si ahora yo te dijese que había que andar por ciudades perdidas y llorar en sus calles oscuras sintiéndote débil y cantar bajo un árbol de estío tus sueños oscuros, y sentirse hecho de aire y de nubes y de hierba muy verde.... “


Sí, Jesús, si alguna vez alguien ha tenido todo el derecho y el debe de escenificar “la Luz” de la Rapsodia, ese eres tú.


A mi amigo Jesús en su reciente cumpleaños



1 comentario:

  1. Sin palabras, dos lagrimones recorrieron sus mejillas hasta llegar a lo mas hondo de su corazón; nadie podría haber descrito mejor los sentimiento de un pobre superheroe interino sin plaza fija...en una ciudad donde no somos nadie...

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