Me gustaría en este año que estrenamos abandonar reflexiones con tono de lamento e instalarme en propuestas optimistas. Me lo emplazo difícil, no por una cuestión temperamental sino porque el diario acontecer, la atmósfera que nos circunda es plomiza y no permite ver el sol. Las noticias con las que a diario nos desayunamos o cenamos son indigestas o venenosas y la calle emite cientos de señales de dolor y desánimo.
Vaya pues un esfuerzo. Los jóvenes europeos, nuestros jóvenes (que también lo son) andan construyendo un nuevo sistema personal de relaciones, impensable para los que ya andamos en edad madura. Sus posibilidades de comunicación lingüística, su carácter despierto, ávido por conocer y por encajar vital y profesionalmente, las facilidades que ha propiciado la implantación de políticas como el acuerdo de Schengen, el impacto de Internet y las redes sociales han hecho posible este novedoso estado relacional del que, además, se benefician chicos y chicas de provincias como la nuestra. Posiblemente nuestros jóvenes estén llevando a cabo el camino correcto, justo el inverso al que tanto hemos criticado de las instituciones europeas. Estoy completamente seguro que sus relaciones humanas, de ocio, de conocimiento van a propiciar relaciones de mercado, posiblemente más sabias y más justas porque su génesis va a ser distinta. Por consiguiente, sigamos apoyando todas y cada una de las iniciativas que propicien su encuentro, sin enredar más de la cuenta sólo como optimistas y esperanzados espectadores de un rayo de sol en el horizonte.
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