
Hay vida más allá del centro gravitacional político. Aunque parezca mentira y los noticiarios no lo registren hay vida. Vida que no se rinde ante el desaliento, vida que se alimenta de la más mínima brisa o bocanada de aire fresco. Vida sin encasillar, quizá porque a nadie le importe. Vida que se hace vida con cada amanecer, con cada hora, con cada minuto. Vidas que se somete a trabajos mezquinos y ruines, pero que son la única alternativa posible para dar de comer a la familia y pagar la hipoteca. Vidas que no esperan nada de nadie, solo tal vez que “nos toque la lotería”. Vidas instaladas en la decepción, la melancolía y el desaliento. Hace muchos años que los trabajadores dejaron de celebrar la fiesta del trabajo, al igual que desaparecieron los gremios, las hermandades del trabajo, o la conciencia de clase. Muchas cosas habrán de cambiarse: dirigentes, proyectos, modos, estilos... No cambiarán por influyo de dioses misteriores, sólo si nosotros cambiamos algo podrá cambiar. Los compañeros de antaño solo quedan entre algunos jubilados, hoy somos seres desconocidos que se aguantan en el tajo y que compiten de manera inmisericorde por unos céntimos de más: es la cultura de la productividad, y ya se sabe las batallas se ganan teniendo al enemigo dividido. Y mientras nosotros discutimos sobre nuestra angustias y miserias, el centro gravitacional responsable de esa cultura, cual agujero negro todo lo consume.