
Hubo un tiempo (quizás) en el que los hombre vertebraban proyectos en común por coincidencia de convicciones. Convicciones que tenían más que ver con sueños, con mitos y certezas que representaban, lo que para ellos tendría necesariamente que suponer, un mundo mejor. Algunos de aquellos deseos adquirieron cierta fortaleza y se plasmaron en manifiestos e incluso en normas. La coincidencia de convicciones forjó redes de intereses. Luego, más tarde, los intereses adquirieron predominio e hicieron caer en olvido a las convicciones que soñaran y que deseaban –desde su humilde entender- lo mejor para la humanidad. Por más esfuerzos que haga así veo a los grandes grupos organizados, sean quienes sean: redes de intereses de las que sólo un pins o una medalla rememoran convicciones que quedaron como “marca comercial” de un dudoso interés colectivo. La silenciosa revolución de los que clasificaba Popper como “tontos útiles” y “compañeros de viaje” los aúpa al poder sin que nadie note la ausencia de compromisos ideológicos.
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